Me es muy difícil digerir todo lo vivido en estos últimos siete días. Aún así, a continuación, procuraré recopilar todo aquello que por lo general me llamó más la atención sobre el viaje.
- Idioma. Acostumbrado a viajar por Europa, y quizá por ser la primera vez que estaba en Sudamérica, se me ha hecho muy extraño el hecho de estar a tantos quilómetros de mi casa y tener que usar un idioma que me es tan próximo como es el castellano. Sin duda, esto ha ayudado mucho a que la ciudad se me haya hecho mucho más próxima.
Para sentirme incluso más integrado, intentaba compensar mi apariencia de turista – con el kit de cámara y mapa en mano – tratando de imitar el acento argentino y añadir a mi vocabulario habitual algunas palabras y expresiones. Creo que no lo hacía muy bien, puesto que todos me preguntan seguidamente por mi procedencia pero por lo menos me ganaba su sonrisa.
- Transporte. Acá los carros, bicis y peatones siguen la ley del más fuerte, y es que a veces parece que dejar pasar a los peatones en los pasos habilitados para estos sea mera cordialidad, incluso cuando hay un semáforo en rojo. Para mi, la forma más cómoda de moverse por la ciudad es el autobús y el metro, no solo por la frecuencia sino también por el precio; un viaje en transporte público cuesta menos de 20 céntimos.
- Moneda. Los billetes en circulación van des de los 2 hasta los 100 pesos argentinos, que equivaldrían a unos 20 céntimos y 10 euros, respectivamente, por lo que raramente se tiene que hacer uso de monedas. Esto provoca situaciones que hasta ahora nunca me habían ocurrido en Barcelona, como poder permitirme el lujo de dejar billetes como propina o llevar un buen fajo de billetes en la cartera.
- Economía. Es un tema delicado de tratar y que a menudo se vincula fácilmente con la política. Los argentinos con los que tuve más confianza me mostraban una alta desafección hacia el gobierno y el crecimiento económico en general, especialmente por lo ocurrido alrededor del 2001: deuda en crecimiento casi exponencial, privatizaciones, corrupción, el corralito, .... Cada año sufren un 25% de inflación, es decir, los precios suben una cuarta parte. Así, el valor de sus ahorros, pese a que no cambie de cantidad de un año a otro, sí lo hace su valor y, en consecuencia, su poder adquisitivo.
Durante estos siete días intenté ver todas las cosas que salen en las guías (y que todo turista que se precie visita) pero también procuré perderme por los barrios y pasear por las calles menos céntricas. Conocí a unos cuantos porteños y demás argentinos y terminé por memorizarme las calles principales y saber como moverme sin usar mapa. En definitiva, intenté integrarme como un ciudadano más, sin renunciar por ello a mi condición de turista. Creo que lo conseguí.
Todos estos factores anteriormente citados han hecho que, aunque la similitud lingüística, arquitectónica y cultural con mi ciudad de origen en ocasiones lo disimulaba, vivir en Buenos Aires supusiera para mí un cambio importante. Un cambio de vida durante siete días pero también de mentalidad que, además, ha abierto una brecha en un mundo aún por conocer, y en el que sin duda volveré algún día, como es América del sur.
Me gustaría agradecer al equipo involucrado en la campaña “Encuentra tu sitio” del Banco Sabadell, como Montse y Ferran, por hacerla posible y por permitirme vivir esta inolvidable experiencia.